Existen varios momentos que resaltan en mi memoria con respecto a esta pregunta. El más destacado de todos, fue un día cuando tuvimos un encuentro mensual en la CECE. Recuerdo que ya estábamos en cuarentena, así que fue virtual. El tema se trataba sobre la vida profesional. Recuerdo haber tenido tantas preguntas y estar tan perdida. Pero también recuerdo que ese día recibí muchas respuestas, algunas en forma de preguntas más específicas, pero era un gran avance. Me sentí tan alegre de tener una comunidad cristiana que me apoye y me acompañe en los momentos desafiantes de la vida universitaria. También, pienso que es maravilloso contar con personas de las cuales se puede aprender y otras con las cuales puedes simplemente caminar. Estaba tan feliz de ver a todos reunidos en este espacio, aunque fuera virtual.
Al final, tocaron la canción de La Semilla. Me gusta en especial esta parte de ella:
Que el agricultor pueda recoger y ver ese campo llamado patria reverdecer. Y que la ilusión con la que sembró, se haga realidad en el nacimiento de cada flor.
Estas palabras tocaron partes sensibles en las profundidades de mi ser y al final de la canción, lloré. Sentía tanta gratitud, esperanza, alegría, amor, plenitud. Fue en ese momento, en medio del agradecimiento y la felicidad, cuando escuché la voz de Dios a mis oídos decir: tú servirás en la CECE. Y yo le dije: ¡¿qué?!
No tenía mucho sentido, porque me faltaba menos de un mes para cumplir mi rol de coordinadora estudiantil en la CECE y con ello graduarme. A menos que, Dios me estuviera llamando para servir con más compromiso en los otros espacios en los que se puede servir en la CECE como profesional. Poco a poco, la posibilidad de trabajar como asesora junior fue apareciendo. Lo había considerado, pero no tan seriamente hasta ese momento.
Yo me encontraba buscando mi segundo llamado. Con mi asesor, Brett (pan para los panas, porque cuando lo pronuncia en gringo nosotros entendemos que dice pan), estábamos explorando un recurso para graduados y repasamos los llamados que tenemos como seguidores de Jesús. Nuestro primer llamado es justamente seguir a Jesús, donde estemos, con lo que hagamos. Creo que aquí se cumple el shemá:
Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Deuteronomio 6: 5
Nuestro segundo llamado, es con respecto a la vocación. Este puede cambiar en la vida en distintos tiempo y se trata de una esfera específica de influencia en la que utilicemos los talentos y pasiones que Dios ha hecho crecer en nosotros. Estaba en busca de mi segunda vocación porque esta había cambiado. Había sido estudiante por muchos años, pero ahora que ya había culminado mi etapa de formación académica, ¿qué iba a hacer? Bueno, Dios estaba por revelarme su nuevo plan.
Tengo varios motivos por los cuales acepté este llamado de servir en la CECE. Primero, porque Dios me lo dijo. En uno de mis tiempos devocionales, Dios trajo a mi mente la propuesta y el siguiente pasaje:
»Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. Deuteronomio: 30: 19
Responder a este pedido y a este llamado representaba para mí decirle que sí a Dios (una vez más). Representaba ser fiel y responder al pedido específico que Él me estaba haciendo en el contexto de los estudios de Deuteronomio, el libro que estamos estudiando este año en la CECE. Era decirle sí a la vida, sí a la bendición, sí a Él. Y así fue. Le dije que sí.
Recuerdo aquel momento. Fue en una noche en la que estaba preocupada por algunas cosas y la canción de La Semilla venía a mi mente una y otra vez. No podía dormir y en un momento, resolví decirle a Dios un audible, sí acepto (servir en la CECE como asesora junior). Una decisión basada en la confianza, el amor, la esperanza y la gratitud.
Otro momento que se me viene a la mente al afirmar mi llamado, fue una vez en una reunión con el grupo de mi universidad. Mientras estábamos orando, vi una imagen de la laguna de la USFQ. Y en el espacio donde solíamos sentarnos, vi la palabra VIDA. Dibujé esa escena y la tengo grabada en mi cuaderno. Me sentí tan contenta y agradecida con Dios por haberme permitido ser parte de ello y servir en aquel espacio.
Otra razón por la cual le dije que sí a Dios fue porque tenía la necesidad de permanecer en una comunidad cristiana y seguir trabajando en el ministerio universitario. En el último año de universidad, estuve pensando sobre qué hacer en cuanto a mi relación con la iglesia. Algunas cosas pasaron y otras no eran igual que antes. Todavía no tengo claridad en este asunto, pero creo que permanecer en una comunidad cristiana será muy bueno para que mi espíritu siga creciendo y nutriéndose, mientras resuelvo qué hacer. La CECE era la comunidad que había pedido a Dios y Él me la había dado. Entonces definitivamente fue una respuesta a una oración y lo que necesitaba en ese momento (y lo necesito actualmente).
También, para mi supervivencia espiritual después de la universidad, porque al transicionar las dinámicas son diferentes a cuando uno está en la U. Es necesario ser más responsable e intencional en las decisiones, sobre todo las espirituales, si uno quiere seguir creciendo en su relación con Dios.
Además, durante mi intercambio en Boston, aprendí mucho del ministerio universitario de múltiples formas. No solamente pude recibir, sino también ser capacitada y animada a dar y servir mientras mis mentores me acompañaban. Nunca me imaginé que aquello me estaba preparando para servir en mi propio país. Dios me enseñó sobre el ministerio universitario, puso ese anhelo en mi corazón y una pasión inmensa para que los estudiantes lo conozcan más íntimamente. Cuando regresé a Ecuador, me dieron la oportunidad de servir como coordinadora de mi grupo universitario y tiempo después tengo la oportunidad de seguir apoyando dentro del mismo movimiento estudiantil. Gracias a Dios tuve un precioso último año de universidad junto a la CECE. Tenía muchas ideas que quería compartir, pero el tiempo era corto. No me sentía lista para dejar la universidad, en el sentido de aprovechar ese espacio para hacer misión y llevar a estudiantes a conocer a Jesús. Todavía tengo más ideas que quisiera desarrollar en lo que Dios permita en este tiempo.
Este es un espacio limitado para poder escribir los momentos más cercanos que viví con Dios y cómo se conectan con la invitación que me ha hecho. Pero al revisar las páginas de mi cuaderno y mis memorias, reafirmo la creencia de que Dios hace cosas grandiosas cada día. A veces solo notarlo o verlo en perspectiva, trae una especie de grandeza en los momentos más sencillos. Dios es bueno y fiel todos los días.
Esta es mi historia (de muchas) de como Dios me llamó a servir en este ministerio y dedicarme a esta vocación ahora. Creo en el corazón de Dios por los estudiantes de Ecuador. Creo que Él hará grandes cosas que jamás vimos, oímos o imaginamos.
En resumen, la vida con Dios se compone de continuamente decirle que sí a Él. Las oportunidades y consecuencias cambian, pero nada es más valioso que continuar amándolo y diciéndole que sí a Dios vez tras vez. Porque se lo merece, porque es digno de toda mi confianza, porque Él sabe lo que hace y es congruente con sus palabras, porque no me imagino viviendo otra vida sino para Él solamente, cada día, hasta el fin.
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