Justo es el Señor, y ama la justicia; por eso los íntegros contemplarán su rostro.
Salmos 11:7 NVI
Dios de justicia es a quien conocí en todo su esplendor el año pasado. Luego de varios meses de cursar la maestría me di cuenta que algo no estaba bien. Entablamos conversaciones entre varios compañeros y llegamos a formular el problema: la política de becas actual restaba muchos beneficios a los estudiantes, comparado con las becas entregadas en años anteriores. No solo restaba beneficios, sino que colocaba a los estudiantes en situaciones económicas muy difíciles. A manera general, cada estudiante recibía cerca de la mitad de su estipendio para gastos de manutención, pues el resto era destinado al pago de colegiatura. En convocatorias pasadas, la beca implicaba la cobertura total de la colegiatura y se recibía el estipendio aparte, más otros beneficios.
Varias causas tanto externas como internas sostuvieron la situación. Desde 2018 ha habido al menos tres recortes al presupuesto de la educación pública y no lo había notado hasta que me afectó directamente. Desde la convocatoria 2020-2022, las becas ya no son completas en FLACSO, sino que se otorga un descuento que varía entre 10% y 80% de la colegiatura como máximo, siendo 40% el promedio general. Además, el estipendio pasó de 600 USD a 500 USD mensuales entre 2019 y 2020. Al día de hoy no se pueden retomar las becas como antes sin una inyección de recursos del Estado y una distribución más equitativa de las becas que priorice el bienestar de los estudiantes, sobre todo de los poseen menos recursos.
Esta situación ha traído varios efectos adversos a los estudiantes como endeudamiento, estrés, ansiedad, problemas de salud mental, bajo rendimiento, menos tiempo para dedicarse a los estudios -ya que se deben buscar otras maneras para subsistir-. Estos son solo unos ejemplos sumados con las complicaciones de la pandemia, el estrés diario, la condición laboral, la preocupación por el futuro, enfermedades del momento y catastróficas, pérdida de seres queridos, dependientes, entre tantas otras situaciones cotidianas y extraordinarias que se acumulan y se complican más en el actual contexto.
Tomó varios meses darse cuenta que el problema individual también era un problema colectivo. También tomó tiempo convencerse que era un problema y que tenía solución. El proceso envolvió varias reuniones, conversaciones, oraciones, días y esperas en los que las ideas maduraban y nuestras fuerzas fluctuaban. Cuando supimos lo que estaba pasando y cómo nos estaba afectando a través de una encuesta general, logramos organizarnos con un grupo de estudiantes para decidir hacer algo al respecto. Al menos teníamos que comunicar lo que estaba pasando. La verdad ha sido todo un aprendizaje de principio a fin, desde saber qué decir, cómo, cuándo, dónde y a quién. Ser recursivos y resilientes. Persistir y tener mucha fe en que había una salida.
A nivel personal y espiritual, uno de los primeros retos que enfrenté fue convencerme de que este problema necesitaba mi atención, energía, tiempo y oraciones, también que en realidad yo podía hacer algo. Se veía como un gigante, como una gran ola, un gran nudo que desenredar. Me estresaba ver la magnitud del problema y todo lo que había que hacer, pero la pasión por justicia, el deseo de hacer algo a favor de mis compañeros y el anhelo de mejorar las condiciones que nos quedaban por otro año más fueron la constante gasolina que alimentaba mi motor de lucha. Pero no podía sola, así que busqué ayuda. Pregunté a mis compañeros cómo veían la situación, pregunté a mis profesores, recordé las teorías de conflictos, pedí oraciones a grupos cercanos, con un equipo trabajamos incansablemente turnándonos a veces en las tareas, recibimos el apoyo de los estudiantes y pude contar un grupo de apoyo que me acompañó en cada pasito. A ellas -todas son mujeres- les escribía sobre mis frustraciones, mis tristezas, mis miedos, mis inseguridades e incertidumbres. A veces conversábamos y les contaba el asunto, me ayudaba a pensar. Siempre me estuvieron echando porras y sostuvieron mi ánimo y mi esperanza. No puedo decir que fue un trabajo solo mío porque todo alrededor contribuyó para los resultados. Agradezco tanto al Creador por llamarme, proveer para todo esto, caminar conmigo en cada pasito y vencer.
Es difícil resumir los más de cien días que llevó esta lucha. Entre altos y bajos, incertidumbres, cansancios, pequeñas victorias, alegrías, debilidades, tristezas, me di cuenta que Dios puede trabajar y hacer grandes milagros aun con personas tan imperfectas como yo. La victoria no se alcanzó de la noche a la mañana, cada acción era un paso más que resolvería el conflicto. Tampoco fue todo lineal, hubo puntos muertos, tensiones, retrocesos, sin embargo, finalmente, aquí estamos. Lo primero que logramos fueron mesas de trabajo para tratar cada uno de nuestros puntos. Después de dividirnos en equipos, argumentamos sobre cada necesidad con datos y testimonios. La comunicación interna y externa también ayudó bastante. Los acuerdos en la parte de bienestar estudiantil fluyeron más rápido que el resto.
Después, se logró que los compañeros extranjeros firmaran remotamente sus contratos de becas para tener acceso a su estipendio, junto con la logística que implicaba. También logramos que FLACSO cubriera el 100% del seguro médico para extranjeros, para nuestra convocatoria y la siguiente. Además, los compañeros fuera de Quito -sean del interior del país o extranjeros- ahora tienen acceso a un bono de movilidad. Finalmente, y luego de otras tres reuniones más, logramos que se habrá un proceso para aplicar a un descuento extra al saldo de la colegiatura desde octubre 2021. Este último punto fue el más difícil y el más importante, pues marcaría una diferencia real en nuestros presupuestos mensuales y fue así.
¡Gloria a Dios por los buenos resultados!
Uno de los debates contemporáneos sobre justicia social en el contexto cristiano es que las cosas “del mundo” no interesan. Los problemas que podamos vivir aquí en la tierra son pasajeros y la única justicia que podemos esperar es cuando Jesús vuelva y convierta todo en algo perfecto, así que perderíamos el tiempo si nos envolvemos en las cosas mundanas. Lo que olvidamos es que Jesús vino a la tierra tomando forma de hombre justamente para que sea evidente que Él es nuestra justicia en la tierra. Nos olvidamos que las injusticias suceden por el pecado, por la corrupción, por priorizar al dinero por sobre las personas, por tomar ventajas en lugares de poder, por alimentar tendencias que devoran la vida, por nuestra propia ambición y nuestra propia injusticia. Cuando entendemos que nuestras acciones (u omisiones) son el problema, entendemos que nuestras acciones también son la solución. El impacto puede ser pequeño o grande, pero en todos los casos vale la pena. Tener a Jesús como el referente de una vida justa nos da esperanza y nos anima a ser justos unos con otros.
»¡Levanta la voz por los que no tienen voz! ¡Defiende los derechos de los desposeídos! ¡Levanta la voz, y hazles justicia! ¡Defiende a los pobres y necesitados!»
Proverbios 31: 8-9
Últimamente me he dicho a mí misma que si a veces pedimos a Dios por un celular nuevo, un carro o un trabajo y nos da, ¿cuánto más nos permitirá ver la justicia que esperamos para su creación, para sus hijos amados? ¿Cuánto más Dios querrá que una persona reciba un pago justo de su trabajo, liberar a una persona que sufre violencia, realizar cambios estructurales que afecten positivamente a quienes él llama: su imagen y semejanza? Su restauración la podemos vivir aquí y ahora si decidimos ser parte. Su misericordia es nueva cada mañana, grande es su fidelidad. Es el concepto del cielo en la tierra. Nuestro Dios no solo nos espera en el cielo o cuando esta vida se termine, nuestro Dios vino a encontrarse con nosotros aquí en la tierra y nos dejó su Espíritu Santo para continuar haciendo su obra redentora en nosotros y a través de nosotros.
El tema de la justicia social en Dios es amplio. Este escrito no basta para todo el viaje que envuelve este proceso y este ministerio. Pero si quieres empezar este viaje conmigo, te invito a que me escribas y podemos estudiar juntos unos módulos sobre justicia social basado en las Escrituras en el que juntos podemos aprender.
Volviendo al versículo del principio -y recordando todos los versículos que me acompañaron en este tiempo- afirmo que el Señor es justo y ama la justicia, y aquellos que esperan por Él contemplarán su rostro… aquí en la tierra.
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