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Writer's pictureWendy Panchi

La pared


Ojalá tuviera una foto de cómo estaba antes. ¿Puedes imaginar la misma pared pero sin muebles alado, con fisuras, la pintura salida, huecos enormes, con problemas de humedad, un hongo que salía una y otra vez? En fin, era todo un desastre impresentable.


Fue muy difícil arreglar las imperfecciones de mi pared. Tenía muchas cosas que hacer. El tiempo no me alcanzaba para dedicarme al cuidado de mi pared. Eventualmente llegué a molestarme tanto que dejé de utilizar el cuarto y empecé a mudarme a otros espacios.

Cuando hacía un videollamada intentaba esconder ese lado del cuarto. Cuando quería un espacio personal y solo para mí, no soportaba ver esa pared imperfecta que tenía que huir a otro lugar en busca de calma.


Pasó más de un año desde que la pared empezó a tener problemas. Primero, fueron unas manchas que provenían del techo. Luego, se empezó a extender hacia toda la pared. Me di cuenta que necesitaba la ayuda de especialistas en el tema, así que llamé a unos maestros. Después de meses para encontrar el tiempo y el presupuesto, finalmente llegaron. Al parecer solo tenía que sopletear, empastar y pintar. Lo hicieron, pero no fue suficiente. Las manchas de humedad empezaron a aparecer rápidamente de nuevo. Pensé que al fin podía contar con un cuarto decente. Recuerdo que era navidad y me frustraba tener un cuarto así.


Sucede que al otro lado de la pared, una tubería se había roto, lo que causó que la humedad fuera más intensa y se esparciera por toda la pared. Me enojé. Me enojé con los vecinos por no arreglar el problema por semanas. Sentía que era injusto resultar afectada por algo que pasaba a mi lado de lo cual no tenía nada que ver. Ni siquiera pagaron los arreglos de la pared. Tardaron semanas en reparar su parte y yo seguía sin un cuarto para descansar. Sé que suena a pura queja, pero te prometo que hay algo bueno al final.


Llegó el nuevo año y ya no pude ponerle atención a la pared por las nuevas actividades. La humedad continuó avanzando más y más al punto de ensuciar mi escritorio, mis muebles, mis cosméticos. Estaba bastante molesta y me enfadaba no tener el tiempo ni el presupuesto para hacer arreglar mi pared. Cada vez que veía el problema me preguntaba, qué puedo hacer al respecto. Preguntaba a mi mamá cómo podíamos solucionarlo porque no podía arreglarlo sola. De tanto preguntar, consultó con un maestro quien le dijo que debíamos curar la pared con agua y vinagre. El problema fueron las lluvias de marzo y abril. No había suficiente sol para que la pared se secara correctamente. Así que tuvimos que esperar hasta el verano. Mientras tanto dábamos soluciones parche. Limpiamos el departamento vacío de arriba, mi papá se las ingenió para que las goteras del techo cayeran fueran del departamento de arriba y no se quedaran encima de mi cuarto fortaleciendo la humedad. Tuvimos que limpiar la superficie de arriba de mi cuarto aunque ese lugar no nos pertenecía. Esto mermó un poco el problema, pero persistía.


Cuando por fin empezó a salir el sol más prolongadamente, pasé un poco más de un mes cada fin de semana, sacando tiempo de donde no hay para dedicarme a curar la pared y esperar que se seque. Luego de ese tiempo, finalmente, pudimos llamar a otro maestro que nos ayude y contábamos con el presupuesto. Esperamos otra semana, porque el trabajador estaba ocupado. Al fin llegó, hace apenas unas semanas, y lo pudo resolver en dos días. No sin antes cobrar más de lo que esperábamos, pero al menos sabíamos que se resolvería el problema. La pared fue empastada y pintada, como puedes ver en la foto.


La verdad es que no sé si está completamente curada y arreglada. A simple vista se ve bien, el tiempo dirá si se necesita más intervención en más o menos cantidad y calidad. Pero por ahora me siento tranquila y contenta, pude volver a tener mi cuarto para descansar.


¿Por qué te cuento todo esto? El proceso que tomó mi pared es una alegoría a las heridas internas que llevamos. Todos hemos sido heridos de varias formas en la vida, no siempre en las mismas circunstancias, pero todo llevamos heridas. Si eres como yo, no nos gusta que vean nuestras heridas. Por eso nunca tomé una foto antes, lo llegué a pensar luego de ver el resultado final (espero que sea el final) para poder contar esta historia. Tal vez no me creas porque no viste como estaba, tampoco sabías de la situación porque no preguntaste, tampoco estabas ahí para ver porque nunca te invité (solo una amiga llegó a ver mi pared dañada), tampoco era tu asunto, pues tienes tu propia vida y asuntos que atender. El malestar de tener algo pendiente que arreglar no es tan grande para nadie más que para mí. Pueden haber muchas opiniones alrededor, pero lo que importaba es cómo yo me sentía al respecto porque soy la que vive ahí. Ni siquiera para mi madre era tan importante como lo fue para mí.


Las heridas se dejan ver con pequeñas evidencias, tal como la pared. Una fisura, un mal recuerdo, el mal color, el mal carácter, la impaciencia de quien las observa, el disgusto de quien las porta. Son señales tan sutiles que uno puede pasarlas desapercibidas. No las vemos hasta que nos causan mayores problemas, hasta que afectan nuestras relaciones más cercanas o ritmos de vida, hasta que pasa algo y la culpa de todo es de la pared (o de la vaca). Y la verdad es que nadie tiene por qué o puede hacer algo al respecto a menos que quien las vive haga algo al respecto o pida ayuda. Si no expreso mi malestar, si no externalizo mis preocupaciones, sino llamo a los especialistas, sino obtengo el presupuesto para ello, la pared seguirá dañada, el corazón seguirá herido y más bien puede que se extienda más y cada vez sea peor.


¡Hay que ser pacientes! Tampoco me gusta esa palabra, chócale. No sabía el tiempo ni recursos que necesitaría mi pared para ser arreglada. A veces no sabes desde el principio cuanto te va a costar. Puede que llegues a avanzar un poco en tu proceso, te das cuenta de los problemas, decides hacer algo y luego te das cuenta que tomará más tiempo del que pensabas o que no te alcanza en ese momento. Debes ser paciente para seguir conviviendo con el malestar, a la vez para seguir adelante y no dejar que te detenga completamente. Puede que te olvides que es un problema o te resignes. Puede que después las condiciones se den para seguir avanzando. Con esta pared me tomó más de un año (no exagero), con mi heridas del pasado me ha tomado toda la vida. Creo que la pandemia hizo todavía más difícil el proceso de recuperación o más evidente mi necesidad de tener un cambio.


Otra cosa importante que no me gusta admitir es la gente que me acompañó en el proceso. Mi madre quien recibió todos mis malestares y me escuchaba con paciencia. Mi papá que intentaba ayudarme aunque no sabía bien cómo, solo hacía lo que podía, eso me hacía sentir querida. Los maestros que arreglaron, lo hicieron en solo dos días, algo que yo realmente no podía hacer. Incluso mi amiga que vio mi pared, fue gracioso, porque a ella le pareció un adorno y para mí solo era el desastre. ¡Gracias por el humor!


A propósito, no fue mi culpa, fue de alguien que sucede vive cerca mío y ni siquiera aportó nada para el arreglo. Tampoco fui a reclamar, ¿quién tiene fuerzas para hacer que alguien pague por el daño? Tal vez fue más viable hacerlo uno mismo. Las heridas son causadas injustamente, nadie lo pide, nadie lo prevé, nadie lo detiene, no a muchos les interesa arreglarlo. El costo de la recuperación lastimosamente sale de nosotros, lo bueno es que tenemos esa capacidad de levantarnos y seguir adelante, aunque heridos o medio curados. ¿Es eso el perdón? ¿dejar de cobrarle al infractor?


Si miras con atención, si te acercas, verás que hay cicatrices, señales que dicen que algo pasó ahí. Ahora puedo contar la historia y sin esas cicatrices solo olvidaría lo que pasó y no estaría agradecida por el proceso de recuperación. Si alguna vez logras observar esas cicatrices, si te acercas lo suficiente y si eres tan asertivo para preguntar correctamente, encontrarás una gran historia como la que te acabo de contar y regalar.

Y esta es mi reflexión sobre la pared dañada.


Ahora, este no es el fin. Hay más paredes que arreglar, más momentos que vivir, más heridas que recibir y sanar. El mundo en el que vivimos no es perfecto, está roto, pero qué bueno saber que hay solución para los problemas de humedad y que hay sanidad para las heridas del corazón.

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