El otro día leí algo de una página en Instagram que se llama @BlackLiturgies, "You don't owe them all of you. Your boundaries are holy ground". (No les debes TODO de ti. Tus límites son suelo sagrado).
Pensemos un momento en lo que es un suelo sagrado. El versículo que se me viene a la mente es Éxodo 3: 5: —No te acerques más—le advirtió el Señor—. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Podemos ver que Dios definió los límites para que Moisés se acercara, si los traspasaba, podía hacerse daño.
Los límites son necesarios, saludables y útiles. Nos ayudan a proteger lo que es sagrado para nosotros (nuestro tiempo, nuestra energía, relaciones, presupuesto, entre más). No en una especie de exclusividad, pero sí de respeto y cuidado mutuo. Ojo, es importante distinguir entre límites y murallas.
Los límites son útiles para dar pautas a la gente sobre cómo interactuar con nosotros. En un mundo roto y corrupto, necesitamos tener en claro cuáles son nuestros propios límites y los de otros a fin de respetar y cuidar. Cuando colocamos límites saludables, estamos diciendo que somos valiosos y merecedores de amor y respeto.
No saber cuáles son -peor aún, no respetar- los límites propios es algo muy común. No nos damos cuenta que necesitamos un límite hasta que lo vemos traspasado. Los límites pueden ser internos -en los pensamientos que albergamos y desarrollamos- y externos -con el mundo que nos rodea-. Los límites cuidan de nosotros y también nos protegen del peligro.
Por ejemplo, hay gente que cuida de otros, sirve de forma altruista o se da libremente. Dan sin límites, hacen todo gratis, olvidan todas las ofensas (sin siquiera comunicar que se sintieron ofendidos), hacen favores sin esperar nada a cambio. En contextos cristianos esto se agrava por el discurso de amar "como Jesús amó". La verdad, eso es imposible. Sí, se puede y debemos dar lo mejor de nosotros, pero no debemos TODO de nosotros a la gente, no somos salvadores ni superhumanos, tenemos límites.
Los límites no solo se crean, hay límites puestos por la naturaleza. El cuerpo nos los indica. Tener sueño, tener hambre, tener sed, estar cansado nos da señales de que estamos sobrepasando algún límite. Y si Jesús tenía su propio espacio para recargarse, ¿por qué no nosotros?
Los límites pueden operar en distintas dimensiones. Con nosotros mismos es, tal vez, lo más difícil. Establecer un límite, pensar por qué y respetarlo requiere de meditación previa. Podemos tener límites en el tiempo, en el uso de la energía, en nuestro presupuesto, en lo que realmente podemos dar, en lo que consumimos. También podemos aplicar límites con nuestra familia. Sí, sí se puede y es más que necesario. En el tiempo de la pandemia se ha vuelto una urgencia, puesto que muchos nos vimos forzados a compartir el mismo espacio con otros y de repente todo se mezcló entre roles, tiempos y necesidades. No es tarea fácil, pero muy necesaria para nuestro continuo cuidado. No hay nada de malo negarse a hacer un favor si creemos que no contamos con el tiempo o la capacidad suficiente. Además, es muy importante poner límites en nuestras demás relaciones con nuestros amigos, en el trabajo, en la universidad, con nuestra pareja; de forma que haya respeto y cuidado mutuo.
Conocer nuestro propios límites nos ayudará a tenerlos claros para comunicarlos al resto y de esta manera no sobrepasar lo que podemos sostener o soportar.
¿Por qué nos cuesta poner límites? Tengo varias explicaciones. La primera, es que es cultural. Las familias latinas en sí tienen la concepción de una revuelta de cosas en un mismo plato -como el chaulafán-. Es posible que se derive de la situación física y literal (en situaciones de aprietos económicos). Eso nos ha formado y a veces no concebimos la idea de que podemos ser seres independientes. Es por eso que nos cuesta mucho salir de casa, o dejar ir a los hijos de cuarenta años. Aquí también viene la cuestión de género. Como mujeres, se asume que debemos llevar ciertos roles por el simple hecho de ser mujer, como el cuidado de los seres queridos y el servicio doméstico. Por eso se espera que una mujer arregle la casa, sea chef, tenga profesión, estudie, mantenga a los guaguas -niños-, cuide de sus padres y sea la mujer maravilla. El problema con normalizar el irrespeto a las capacidades/deseos/necesidades de una persona, es que se incurren en abusos.
Otra explicación es porque es parte de una cultura cristiana. En varios contextos, se espera que el servicio sea gratis, que los recursos salgan del propio bolsillo, que la gente se entregue por completo -fatiga-. Bueno, la verdad es que Cristo ya hizo el trabajo más pesado y fue suficiente. Nos invita a ser parte de su misión de reconciliación en la tierra, pero no a costa de nuestro agotamiento. No somos salvadores, Él lo es. Y recordemos que la salvación no es por obras, sino por gracia.
La última razón que tengo es porque es parte de personalidades en particular, sobre todo en el ámbito relacional. Si seguimos la lógica del enegrama (por cierto mi amigo Brett tiene una página donde puedes acceder a más información @enneagramr.es) es muy común en los tipos 2, los altruistas, el ser necesitado y estar para todos todo el tiempo (amiga date cuenta). Pero esta conversación se la dejaré a los especialistas en el tema.
A medida en que nos convertimos en adultos vamos reconociendo qué límites necesitamos, cuál es la forma, color, sabor de esos límites, con quién, cuándo, dónde. Incluso después en la vida, con cada transición, con cada cambio, es necesario reevaluar y considerar lo que es sagrado para nosotros (para Dios, nuestro ser es sagrado, tenemos un alto valor a Sus ojos).
Te animo a pensar en límites que te permitan ser y rendir en tu máximo potencial. Que respeten nuestra persona y respeten al resto. Que cuiden la creación de Dios.
¿Quieres aportar algo más a la discusión o tienes otros límites en mente? Te escucho.
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