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Writer's pictureWendy Panchi

Todo pasa y nada queda en la Cruz


¿Alguna vez has sentido la muerte cerca? En tiempos como los de ahora se ha vuelto más común experimentar la enfermedad y la muerte de seres queridos. Creo que no había pensado tanto en este aspecto sino hasta vivirlo, la muerte de alguien a quien amamos.


En esta Semana Santa recordamos la muerte y resurrección de Jesús. Dios, quien vino a la tierra, terminó su tiempo de vivir como hombre y cumplió su misión. Estaba preparándose para su entrega total.


Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse triste y angustiado. «Es tal la angustia que me invade, que me siento morir ». Mateo 26: 37-38 NVI


Al leer este pasaje anteriores veces había pasado por alto el peso emocional de la situación, en el propio Jesús, en su familia, en sus discípulos y en las mujeres que los acompañaban.

“Mucha gente y muchas mujeres que lloraban y gritaban de tristeza por él, lo seguían. Pero Jesús las miró y les dijo: —Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y por sus hijos.” San Lucas 23:27-28 DHH94PC


Depende de la persona, las emociones pueden ser más o menos difíciles de procesar. En mi caso, no me gusta tener que ver con las menos glamurosas, por lo que estos versos me ayudan a reconocer el peso emocional en mi propia vida. Acompañar a un ser querido en el lecho de su muerte es una experiencia muy dolorosa. Pensamos en que no volveremos a verlo más. De repente, todos los momentos vividos a su lado pasan por nuestra mente y nos preguntamos, qué será de nuestras vidas con el gran vacío que estas personas dejan.

El día que mi abuelita falleció, mi mamá me despertó en la mañana de golpe y me dijo que teníamos que irnos. Llegamos a la casa de mi abuelita, donde la familia estaba reunida y estábamos esperando que llegue del hospital. Ya estaba dormidita y solo hacía falta quitarle el oxígeno para que deje de respirar. No queríamos que se vaya, no queríamos que su corazón deje de latir, no queríamos imaginarnos un mundo sin ella. Pero, al mismo tiempo, dentro de nosotros sabíamos que había llegado su tiempo. Ella había luchando toda su vida por salir adelante. Se enfrentó a la vida, cuidó a su familia, amó hasta el fin. En sus últimos años, peleó valientemente contra las enfermedades que le aquejaban y creo que ya estaba cansadita de tanto luchar. Cumplió su misión y estaba lista para reunirse con su Creador.


La muerte nos coloca en perspectiva. Traza la línea que pensábamos inexistente entre la vida y la fragilidad de la misma. Al mismo tiempo, produce unidad en los que estamos presentes, con lazos invisibles y eternos.

Todo aquel fin de semana sufrimos mucho su partida y me hizo pensar en lo que habrían sentido todos aquellos que habían estado cerca de Jesús, observando y sufriendo por dentro. “Todos los conocidos de Jesús se mantenían a distancia; también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea estaban allí mirando.” San Lucas 23:49 DHH94PC

El dolor debió haber sido tan agudo que olvidaron por completo las palabras de Jesús antes que todo esto sucediera, o al menos, las emociones no permitieron regocijarse en la esperanza de las promesas de Jesús. Es como un capítulo gris de la vida que también es un punto de inflexión. Desde ese momento, las cosas cambiarán de una forma u otra y ese cambio nos recordará siempre a quien partió.


Jesús siguió siendo el mismo hasta el fin de sus días. En su camino a la cruz, miró a Pedro y lo perdonó. Escuchó la confesión de uno de los criminales crucificados a su lado y le prometió la vida eterna. Incluso el capitán Romano que vio su muerte, se arrepintió una vez Jesús fallecido. Aun en su muerte, Jesús seguía reconciliando a la gente con Dios. Así demostró su compasión hasta el final.

Mi abuelita, con su mirada de esperanza

Cuando pienso en mi abuelita los recuerdos que más se me vienen a la mente fueron los últimos. En su debilidad, todavía quería seguir cuidando de nosotros como siempre lo había hecho. Se frustraba cuando sabía que no podía hacer algunas cosas como cocinar, vender en la tienda o dar de comer a los animales. En vez de eso, nos daba instrucciones para que cumpliéramos su labor y continuáramos con su misión, que era cuidar y amar a nuestra familia. Hasta el último nos amó, nos dio consejos, nos acompañó. Hasta lo último dio no solo lo mejor, sino todo de sí.


Jesús vivió y entendió las situaciones de muerte, dolor, violencia, injusticia e impotencia en su propio cuerpo. Reconoció que existe una mejor forma de enfrentarse a todo ello y fue a través del amor y la entrega total de su vida. Una acción tan absurda como perfecta y es por eso que él comprende cuando pasamos por el dolor, lo vivió en su propia carne, y nos ayuda a enfrentarnos a las cosas más difíciles de este mundo.


Tres días debió parecer una eternidad para quienes lo vieron morir y enterraron su cuerpo.

“Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, fueron y vieron el sepulcro, y se fijaron en cómo habían puesto el cuerpo. Cuando volvieron a casa, prepararon perfumes y ungüentos.” San Lucas 23:55-56 DHH94PC


Estas mujeres habían seguido a Jesús desde Galilea, hasta el lugar de su sepulcro. Habían vivido paso a paso la pasión de Jesús. No se escondieron ni acobardaron, sino que se identificaron públicamente con su Maestro, crucificado. Mientras que los discípulos no estuvieron ahí en un primer momento. ¿Qué significa para ti el identificarte con la muerte de Jesús? ¿Podríamos identificarnos en un primer momento con la debilidad, dolor y angustia que sintió nuestro Salvador en el lecho de su muerte? Solo el amor dado por Él mismo nos ayuda a sostenernos en medio de la desesperanza y el sufrimiento. También, hace que otros nos puedan sostener y a nosotros dejarnos apoyar. Así, fueron las mujeres de Galilea las primeras en ser testigas de la resurrección. Y es que necesitamos identificarnos primero con la muerte de Jesús para poder ver su resurrección.


También, hay que recalcar que Jesús resucitó en un cuerpo de carne y hueso. No era un espíritu incorpóreo, más bien, decidió quedarse con su cuerpo que le recordaría su vida en la tierra y le permitiría ver las llagas de su cuerpo, sanando.“¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?” San Lucas 24:26 DHH94PC. ¡Jesús resucitó! Y con ello nos demuestra que hay esperanza y vida después de la muerte. Antes de irse, llevó a sus amigos fuera de la ciudad y los bendijo. “Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo.” San Lucas 24:51 DHH94PC


Es una hermosa imagen que trae paz al leerlo de nuevo y saber que, algún día, así como dijo que iba a morir y resucitar, regresará por nosotros y le volveremos a ver. Esa es mi esperanza para mi pérdida también. La última vez que vi a mi abuelita, nos despedimos y me bendijo. Le dije que nos volveríamos a ver... y así será.


Lo mejor que podemos hacer para recordar la vida alguien es continuar su legado que dejó aquí en la tierra, amando, valorando, viviendo con todo y entregando cada vez más. Mientras esperamos la resurrección, sabemos que Jesús es el cielo en la tierra.


El título de este blog es "Todo pasa y nada queda en la Cruz". Inspirado en una parte de una canción que recién escuché, pero modificado al final, porque nada queda en la Cruz, ese sacrificio sigue latiendo en mi corazón.

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